El debate sobre el mecanismo para que los colombianos decidan si aprueban o rechazan los acuerdos entre el Gobierno y las Farc está al rojo vivo. Las opiniones del Fiscal, el Contralor y la entrevista de ‘Timochenko’, publicada en El Tiempo el domingo pasado, para mencionar algunas posiciones, volvieron a subir el volumen de la controversia.
Llama la atención que las posturas contra el plebiscito se basen en las más diversas razones. Que si el resultado es negativo, eso sería contrario a la Constitución; que va en contravía de la Carta porque no se necesita; que como se trata de un medio para que los ciudadanos se pronuncien sobre una decisión del Ejecutivo, y como se está es frente a acuerdos, no es procedente; que no es idóneo jurídica ni políticamente. En fin, desde las más distintas orillas se escucha una gran variedad de argumentos en contra de dicho mecanismo.
Ni hablar de las encuestas. En los sondeos de opinión, la tendencia parecería indicar que los niveles de respaldo a ese procedimiento son bastante débiles. A pesar de todo, el Gobierno insiste en que la prometida consulta al pueblo debe hacerse mediante un plebiscito, toda vez que es lo más sencillo y viable. Vamos a ver qué dice la Corte Constitucional. No obstante, a estas alturas de la discusión, es aconsejable recordar a Clinton y su lección, según la cual cuando uno se cansa de repetir algo apenas están empezando a escucharlo.
Lo anterior, para insistir que lo que le conviene a Colombia es que se haga un acuerdo político y de Estado sobre el instrumento que le permitirá a los ciudadanos tomar la decisión histórica de decirle sí o no a los acuerdos.
Es cierto que la paz es un anhelo colectivo. Pero, también lo es que la inmensa mayoría de los colombianos rechaza a las Farc y sus métodos. No hay quien no quiera que el terrorismo deje de existir y pase a ser parte de una historia de dolor que nadie desea que se repita.
Sin embargo, la idea de que eso se consiga de cualquier manera, suscita rechazos multitudinarios. Por esa razón, es tan importante que los términos a los que finalmente llegue el Gobierno Nacional con esa organización puedan contar con una decisión popular que les dé legitimidad. De no ser así, las bases de una supuesta nueva etapa de la vida nacional serían arenas movedizas sobre las cuales es imposible construir un edificio cuya solidez garantice su duración en el tiempo. Ese es el gran desafío en este momento.
En circunstancias trascendentales, en el pasado las distintas fuerzas resolvieron trabajar conjuntamente para diseñar una ruta adecuada. Y los resultados fueron positivos. El repaso de esas experiencias sería suficiente para llegar a la conclusión de que se puede y se debe construir un pacto nacional sobre el mecanismo para la refrendación popular de lo acordado en Cuba.