Del presidente Juan Manuel Santos se ha venido comentando, por diversos escritores, que tiene una inclinación irremediable a faltar a la verdad. Algún guasón, y no por casualidad, hizo circular en las redes sociales hace un tiempo una imagen suya con la nariz alargada, siguiendo las pautas de Collodi.
Carlo Collodi no solo tiene el mérito de haber hecho sonreír a no pocas generaciones de niños y aún de adultos, embelesados con las travesuras –entre inocentes y pícaras- de Pinocho, su creación máxima. A la posteridad le legó, de contera, la caracterización más famosa del mentiroso consuetudinario, con su genial ocurrencia de crecerle la nariz con los embustes a su famoso muñeco.
Hay personas que son mentirosos profesionales. Se torna tan acendrada la costumbre que terminan por no darse cuenta y hasta creerse sus patrañas. Del presidente Juan Manuel Santos se ha venido comentando, por diversos escritores, que tiene una inclinación irremediable a faltar a la verdad. Algún guasón, y no por casualidad, hizo circular en las redes sociales hace un tiempo una imagen suya con la nariz alargada, siguiendo las pautas de Collodi.
Son tantas las “cosas nunca vistas”, las promesas de inconcebibles y magnos proyectos que solo caben en su mente calenturienta, los adelantos y reversas diarios, que hemos terminado por no prestarle atención, como si sus “picardías” se nos hubieran convertido en parte del paisaje.
Sin embargo al leer la entrevista al candidato-presidente que el viernes 14 de este mes le publicó El Tiempo –de dos larga páginas, como corresponde a quien tan generosamente los financia-, la imagen del bromista se me vino de inmediato a la mente. No por un capricho personal: son tantas las mentiras que lanza, ante las preguntas de María Isabel Rueda, que no es para menos.
Hice entonces el ejercicio rápido de subrayar las más prominentes y conté al final: quince, mal hecha la suma. Sería demasiado largo referirlas ahora y demostrar la falsedad de cada una, pero no por ello dejaré de describir algunas de las más notables. Sin un orden ni jerarquía especial, solo para sustentar mi aserto.
La más grotesca sin duda es aquella en que, para desvirtuar sus yerros y pifias en el manejo del grotesco escándalo de las “chuzadas” y su conexión con las negociaciones en La Habana, a la vez que para endilgarle a Uribe y su movimiento la invención de especies calumniosas en torno a ese caso, apela a la artimaña de inventar una novela de ficción que es un perfecto embuste.
“¿Pero quién está inventando esas mentiras?” le pregunta la periodista, y Santos muy orondo responde: “Le voy a dar un ejemplo concreto. Uno de los protagonistas de la tan cuestionada convención del Centro Democrático, de nombre Pablo Victoria, ha escrito en diferentes medios que la operación Andrómeda fue autorizada por el ministro Pinzón, porque al general Mora lo habían aislado en el proceso de La Habana.” Y se extiende a renglón seguido sobre los argumentos de Victoria, que aunque parezcan fantasiosos su autor dice que los obtuvo de fuentes militares.
Pues ocurre que es falso que Pablo Victoria haya sido “uno de los protagonistas de la tan cuestionada convención del Centro Democrático”, pues no pertenece a ese movimiento ni asistió a semejante evento, sino que milita en el Partido Conservador y se presentó como pre-candidato presidencial en la convención de su partido, buen tiempo después de la primera. Deberíamos repetirle al entrevistado, como respuesta, la misma pregunta que le formuló la periodista: “¿Pero quién está inventando esas mentiras?”
Sobre los comicios del 9 de marzo sus falsificaciones son evidentes. Utilizando el viejo ardid de poner en boca de su contradictor algo que nunca ha dicho para luego refutarlo o mostrar su pretendida equivocación, quiso presentar la debacle de la U como un triunfo y la victoria del CD como una derrota. Según Santos, como el uribismo había calculado que obtenía el 40 por ciento de los sufragios y solo cosechó el 11,6 por ciento pues fue un fracaso. El expresidente Uribe ha respondido que nunca estimó que el CD iba a obtener el 40 por ciento, y es obvio que el 11 por ciento es una cifra engañosa producto del pre-conteo amañado de la Registraduría; todo, en suma, es una pura entelequia de Santos para desvirtuar la aparición vigorosa de la nueva corriente política.
Por supuesto, Santos también tiene que tergiversar la maniobra fraudulenta que quiso birlar los resultados el domingo en la noche, a la que seguramente no es ajeno. Fraude en el pre-conteo, dice Santos “es un imposible categórico”, y el escándalo armado se basa en “un sofisma”, en “errores que se pueden corregir”. Solo un embustero redomado puede calificar de simple “error” omitir el conteo de 8 mil mesas de un movimiento político y en “sofisma” su denuncia. Los escrutinios en marcha, aún con todas las dificultades conocidas, están rescatando al menos parte de la verdad y se dirigen a confirmar lo que la Registraduría quiso enterrar aquella nefasta noche del 9 de marzo: el triunfo incontrastable del CD.
Prosigue el presidente elucubrando tesis enrevesadas, con el propósito de confundir a los ciudadanos y tratar de cosechar réditos políticos. Una respuesta de la entrevista me confirmó que el ardid que utilizó el partido de la U en la campaña electoral, de presentarse como si dicho partido fuera “el centro democrático”, no fue accidental, sino planeado, y el presidente Santos es su gestor o acompañante. Ahora lo quiere repetir en las presidenciales, como si nada: “Yo soy del extremo centro, de la tercera vía”, argumentó en la entrevista, mientras que el uribismo es la “ultraderecha”.
Como, de la misma manera, para tapar su derrota en la Convención conservadora, que se negó a respaldar la candidatura a la reelección, Santos miente sin vergüenza en su diálogo con la periodista: “Tenga la seguridad de que la mayoría de los conservadores va a estar en este proyecto”, el suyo.
Sería de no acabar querer repasar todos los exabruptos de la entrevista. Compiten en ridiculez, por ejemplo, dos sentencias del primer mandatario sobre asuntos diversos. Una, la defensa inverosímil del proceso de paz, y la supuesta refutación de sus críticos, con esta perla: “Pretender acabar totalmente con el último guerrillero es una utopía y nos tomaría otros 50 años”. Lo que seguramente nos va a tomar medio siglo será tratar de salir del callejón sin salida del castro-chavismo, al que nos conduce este gobierno, y del que Uribe nos había librado en solo ocho años.
Y la otra perla es la defensa insólita de la posibilidad de ganar la reelección en la primera vuelta, apoyado en dos tesis de la más elevada factura intelectual: los altos costos de realizar dos vueltas, y la conveniencia de ver el Mundial de fútbol tranquilos: “Sí, si logramos convencer a los colombianos de que no vale la pena ir a la segunda vuelta, de que eso es un costo muy grande para el país, no solo en términos de recursos sino de ánimo, de entusiasmo. Ojalá que todos podamos ver el Mundial de fútbol tranquilos, sin necesidad de meterle a eso política.” Creo que la mayoría de los colombianos, como lo ratifican todas las encuestas, veríamos mucho más tranquilos el Mundial si don Juan Manuel no gana en la primera vuelta.
Me disponía a rematar esta columna cuando el recién destituido alcalde de Bogotá Gustavo Petro, respirando por la herida, refiriéndose a la actitud de Santos que desechó la solicitud de la CIDH y acogió la disposición de la Procuraduría (casi lo único sensato de su cuatrienio), expresó que el presidente le había dicho otra cosa, tanto en público como en privado. "Santos se comprometió que si las medidas salían favorables al alcalde las respetaría. El presidente de la República mintió", expresó anoche en el balcón del Palacio Liévano. No es Petro santo de mi devoción, y presumo que con frecuencia también debe sentir cómo su nariz se le quiere alargar, pero en esta ocasión le creo. El mentiroso mayor es otro.