Mientras el país se debate entre quienes creen ser los dueños de la paz y los que creemos que hay mejores caminos para alcanzarla, y cunde la mermelada de los parlamentarios que están en operación tortuga para hacer proselitismo (votos), Buenaventura sigue a la espera de que le cumplan todas las promesas que le hicieron.
Un gigantesco despliegue presenció el país entero cuando el alto gobierno decidió tomar al toro por los cuernos y anunció 400 millones de dólares para sacar al puerto del atolladero en que está. Sin embargo, toda esa sarta promesera está archivada por culpa de las elecciones presidenciales.
Si bien los porteños le dieron el sí al presidente candidato, creyendo que todo lo dicho sería una realidad, la verdad es bien distinta. Comenzando por el alto consejero para las Regiones, el aflautado David Luna, a quien no volvió a verse por esos lares, siendo que fue designado como el gran interlocutor entre la isla de Cascajal y el Palacio de Nariño.
Su deber y obligación fue la de estar a la cabeza de esa gran inversión jurada y requete jurada por el Gobierno. Pero no. David hizo presencia unos días, dio declaraciones a tutiplén, quemó prensa y no volvió a aparecer.
Lo volvimos a ver sólo cuando su fastuosa boda fue destacada en las páginas sociales de los diarios capitalinos. Seguramente la luna de miel le duró mucho o, por el contrario, su presencia en la costa Pacífica era sólo para aplacar los ánimos, porque ahora sabemos que renunciará en las próximas horas a su cargo y se meterá de lleno en la campaña.
¿Y Buenaventura qué? Pues quedará a la deriva y quién sabe cuándo colocarán a otro lunático en tan delicado puesto. Mientras tanto, el bello puerto del mar sigue en las mismas. Añoradas épocas de una Catalina Crane y de un Dimitri Zaninovich, quienes estuvieron pendientes de este puerto que en las próximas elecciones va a pensar muy bien por quién va a votar, porque lo sucedido allí es una burla electorera infame, que desafortunadamente está terminando en nada.
FUENTE: El Espectador