Después de cuatro años de fracasos e inacción ahora el presidente Juan Manuel Santos, en trance de reelección, de repente saca a relucir la propuesta de convertir a Colombia en el país más educado de Latinoamérica. Lo sorprendente no es solo que le haya raponeado el contenido del programa a Óscar Iván Zuluaga, ni el nombre a Sergio Fajardo, sino que sus metas básicas supuestamente se cumplirán en… ¡2025!
Nada de lo que formula el señor Santos tiene sindéresis. Hasta ahora su justificación para la reelección era la necesidad de concluir el proceso de “paz. Y a no dudarlo que en el camino de la entrega del país todavía faltan etapas por surtir. Pero salir con que otro eje de su aspiración continuista es la educación sí es un contrasentido que desafía toda lógica: en este campo nada hay para concluir, porque nada se ha hecho.
El balance de este cuatrienio así lo atestigua. Primero fue el fracaso de la reforma a la ley 30 que regula la educación superior. Con la propuesta de universidades con ánimo de lucro se malquistó con profesores y estudiantes, generando un movimiento masivo que dio al traste con la iniciativa oficial. Aunque anunció que pronto presentaría una nueva fórmula este es el momento en que sigue sin hacerlo, y las limitaciones a la financiación de las universidades públicas que comporta la ley 30 siguen en pie.
En seguida vino la politización de Colciencias y la conversión en mermelada de la parte de las regalías que deberían nutrir un poderoso proceso de fomento a la investigación y la innovación. La entrega de esta institución como cuota burocrática a un partido de la unidad nacional es una vergüenza. Desde entonces la política de incentivos a la formación doctoral y otras estrategias cruciales para el país vienen dando tumbos. Miles de estudiantes y profesores que se capacitan en el exterior vienen demandando un nuevo rumbo, que les facilite el regreso al país para aportarle sus conocimientos y experiencia.
Y de la calidad de la educación ni hablar. Las últimas pruebas Pisa, que miden las competencias en matemáticas, ciencias y comprensión lectora de los estudiantes de educación media, han arrojado un resultado decepcionante: quedamos ubicados en el puesto 64 entre 65 países considerados por la OCDE, perdiendo diez puestos frente a la evaluación anterior.
En esas condiciones salir a proponer un proyecto que se materializaría en 2025, dentro de más de diez años, es una burla. Santos cree a sus compatriotas estúpidos. En la presentación de tal embuchado se atrevió a decir: “Estoy convencido de que poseemos el talento, los recursos y la voluntad para hacerlo, pero seamos francos, nunca hemos tomado una decisión como esta…”. Otra vez la monserga de lo “nunca antes visto”. Aquí nunca antes había nada hasta que llegó este Mesías… Qué estafa: esta sí, nunca antes vista.
Es claro que el presidente Santos tiene dificultades para sacar a flote su ambición de repetir en el solio de Bolívar. No despega en las encuestas por más maniobras que intenta. El solo tema de la “paz” está desgastado, atado sin remedio a la voluntad de los “nuevos mejores amigos” –desde Maduro y los Castro, hasta los cabecillas de las Farc-, vulnerable en extremo. Hay que agitar otras banderas, sobre todo para tratar de neutralizar al uribismo, y qué mejor que esta de la educación, nada menos que la columna vertebral de las propuestas de Óscar Iván Zuluaga.
Porque no hay duda que Santos hurtó el punto del programa del candidato presidencial del Centro Democrático, que lo ha venido exponiendo hace más de un año y que constituye el punto focal de sus transformadores planteamientos. Establecer la jornada única de 8 horas en la educación básica y media, con alimentación completa, es su apuesta fundamental. Que tendrá benéficos efectos en la calidad de la educación, sustrayendo a los niños y jóvenes a los riesgos de la violencia y la drogadicción de las calles, e impactando positivamente en la economía a través de la demanda de productos agrícolas y otros para proveer la alimentación de los educandos.
Óscar Iván Zuluaga tiene estudiado y cuantificado el proyecto y sus metas están concebidas para lograrse en su mayor parte en el cuatrienio 1914-1918. Además contempla la formación técnica y tecnológica en las instituciones de educación media, con el apoyo del Sena, y la ampliación de los cupos para el acceso universal a la educación superior de los bachilleres. Entre otras estrategias, como la de mejorar la calidad de la formación de los estudiantes a través sobre todo de la capacitación de los docentes y la creación de estímulos salariales vinculados a sus logros.
Sorprende pues que el presidente Santos al lanzar su globo de distracción el pasado 12 de febrero, haya calcado lo que el candidato del CD viene repicando, con mucho detalle y solvencia, desde hace más de un año. ¿Y por qué solo ahora, terminando su mandato, viene a proponer la jornada única, de la que nunca había hablado antes, ni sobre la cual había hecho absolutamente nada? ¿Y de dónde acá viene a hablar de calidad de la educación y de mejorar la remuneración de los docentes, cuando, como acaba de suceder en el caso de los profesores de las universidades públicas ha decretado un incremento salarial inferior al del salario mínimo?
Acudir a todas esas trapisondas más que un signo de astucia es la revelación de la debilidad irremediable de la candidatura de Santos. Que tendrán a la larga el efecto contrario al propuesto por el presidente y sus asesores. Después del 9 de marzo, cuando de manera inevitable el país concentre su atención en las candidaturas a la primera magistratura, y se enfrente al debate público con su principal contendor –Óscar Iván Zuluaga-, quedarán al desnudo sus falencias y argucias. Y nada le valdrá para salir del atolladero en que se encuentra.
FUENTE: periodicodebate.com