Por estos días se discute mucho acerca del globo que lanzó el presidente Santos, el cual bautizó como el ‘congresito’.
Hasta el momento no hay claridad sobre nada. Se desconoce cómo se integraría, cuál sería el número de sus miembros, hasta dónde llegarían sus competencias, qué pasaría con el Congreso, en fin, la nueva criatura sigue siendo un misterio.
Sin embargo, el bosquejo público preliminar de ese cuerpo extraño permite hacer algunos comentarios.
En primer lugar, sea lo que sea, bautizarlo con ese nombre fue un error. Como en la historia reciente de Colombia dicho calificativo solamente es posible asociarlo con el cuerpo especial legislativo, que sesionó después de la Constituyente del 91, lo que ocurrió, de inmediato, fue que despertó el fantasma de la revocatoria del mandato del Congreso.
No sobra recordar que en aquel año se organizó esa comisión transitoria para evitar el vacío de Poder Legislativo, mientras se elegía el parlamento unos meses después de la promulgación de la nueva Carta. Pero la manera como se presentó en sociedad la iniciativa, por parte del Presidente, lo que logró fue actualizar el temor histórico que todavía da vueltas por los pasillos del Capitolio Nacional. Y por esa razón, parlamentarios de todos los partidos reaccionaron en defensa de la institución y contra lo que podría ser una amenaza naciente con sabor a revocatoria actualizada.
Por otra parte, la gente se puso de pie para defender su derecho a decidir si aprueba o rechaza los acuerdos a los que eventualmente se llegue en La Habana. Esa reacción era previsible, a raíz de la forma como se planteó lo del ‘congresito’, toda vez que los colombianos no están dispuestos a permitir que se les arrebate la capacidad de emitir su veredicto sobre el resultado de las negociaciones en Cuba.
Adicionalmente, no son pocos los que han visto en la nueva idea una concesión más a las Farc, porque la miran como una constituyente disfrazada. También es normal que una reacción así tenga lugar, habida cuenta de que esa organización plantea lo de la asamblea como una especie de inamovible.
Y, claro, después de todo lo anterior, salta a la cancha la natural suspicacia colombiana. ¿De lo que se trata, entonces, es de regalarle a ‘Timochenko’ y sus muchachos una representación de sectores de opinión, que no tienen, para que expidan leyes y reformas constitucionales en el famoso ‘congresito’?, preguntan muchos.
Trátese de lo que se trate, haberle incorporado al debate nacional este nuevo ingrediente, impreciso y desorientador, no ha sido bueno. Es mucho mejor estimular la discusión acerca del posible mecanismo, que debería ser el fruto de un acuerdo político y de Estado, para que los ciudadanos puedan manifestar su voluntad con respecto a lo que surja de las negociaciones. Esto sí es necesario.
Lo demás, son luces de bengala que pueden producir incendios y, por lo tanto, una mala idea.