¿Se ha puesto a pensar el lector en qué ocasiones un gesto o un simple guiño pueden haber alterado su destino? Por mi parte le doy especial importancia a esos mensajes que traen consecuencias insólitas. Parecieran surgir de otra dimensión diferente a la de la vida cotidiana.
Un movimiento de la cabeza lleno de expresión, de sentimiento, de muestra de un estado de ánimo, comunica lo que no se puede con palabras, de ahí su tremenda fuerza. Puede ocurrir que luego de presenciar uno de esos gestos la vida no vuelva a ser lo que fue.
Cuando se trata de la vida privada los gestos tienen su lugar dentro de lo que experimentamos en nuestras relaciones y en la manera particular de entendernos con los otros. Ayer, los colombianos nos vimos representados en el gesto de una joven y compartimos su sentimiento.
¿Por qué el gesto de inmenso desagrado con el que Alexandra Alzate respondió al beso en la mejilla que pretendió darle Juan Manuel Santos despertó la solidaridad de todos los colombianos? A Santos o Juampa, como se le quiera llamar al que está conduciendo con total torpeza nuestro pobre y golpeado país, se le ha dicho de todo. Por Facebook he presenciado la subida de tono en las expresiones de odio hacía, en mi concepto, el ilegitimo presidente de Colombia llegando hasta las más crudas vulgaridades. Con todo y eso, y por más groseras que sean las palabras con las que lo califiquen, el sutil gesto de Alexandra las supera de lejos y ha generado una reacción extraordinaria entre sus compatriotas.
Ese gesto ha despertado nuestra solidaridad porque nos sentimos plenamente identificados con esta joven. Sabemos del dolor que lleva en el fondo de su corazón y que el daño inmenso causado a ella y a su familia por los terroristas, que ahora negocian impunemente con quienes deberían defenderla, no se puede sanar con medallitas y menos con besos de Judas.
Colombia no volverá a ser la misma luego de este gesto que nos unió.
Aplaudo a Alexandra y a todas las mujeres que han demostrado su valor en estos oscuros momentos por los que pasamos, ellas portan las antorchas encendidas con las que tenemos el poco de luz que nos permite continuar la marcha sin caer más hondo en el abismo.