El comportamiento del presidente Santos en la Universidad del Rosario, el pasado 29 de febrero, no solo resultó reprochable por descortés y grosero -utilizó un acto académico para atacar a reconocidos egresados de ese claustro, como el expresidente Pastrana y la columnista María Isabel Rueda-, sino que merece nuestro franco repudio por el contenido del mensaje que transmitió.
Hasta ahora, que yo sepa, solo José Félix Lafaurie ha denunciado la turbadora afirmación del primer mandatario, explicando el verdadero origen del acuerdo que crea la llamada “jurisdicción especial para la paz” (JEP): “Se le olvida a esta destacada rosarista [la periodista Rueda] y querida amiga [?] que la justicia transicional se creó para poder resolver conflictos, como el colombiano, donde los grupos insurgentes no reconocen, precisamente, la justicia del Estado contra el cual se alzaron en armas. Por eso es que hay que crear la Justicia Transicional.”
Semejante revelación, en mi modesta opinión, es la más grave que se ha producido en el desafortunado proceso de “paz” que se surte en La Habana, y desnuda por entero la entrega fatal al terrorismo que este gobierno ha protagonizado. Rayana, sin duda, en abierta traición a la patria, al renegar el primer mandatario del cumplimiento de la Constitución y las leyes que juró el día de su posesión.
¿Cómo así que la “justicia transicional” hay que crearla pues los “grupos insurgentes” “no reconocen” “la justicia del Estado contra el cual se alzaron en armas”? ¿O sea que el presidente renuncia a la justicia del Estado, que él encabeza, porque los bandidos alzados contra las instituciones no la reconocen, y en cambio acepta gestar otra “justicia”, que sí los satisfaga? ¿Entonces a lo que asistimos en este proceso no es al triunfo de nuestro Estado de Derecho, con el sometimiento consiguiente de los criminales –así se les otorguen beneficios-, sino a su capitulación ante los terroristas que lo desafiaron y lo desconocen?
Queriendo responder al expresidente Pastrana, quien calificó de “entrega” el susodicho acuerdo sobre la JEP, lo que Santos hizo fue ni más ni menos que ratificarla. La única objeción válida, si cabe, es que no requirió 72 horas sino 5 meses, como corrige Santos. Pero que es una grosera entrega, de ello no puede caber la menor duda.
Es indiscutible que la JEP será un sistema de justicia ajeno a nuestro ordenamiento, desvinculado de él y que no responde ante ninguna instancia o jerarquía. Podrá revisar todo lo actuado por las autoridades judiciales o de control por décadas, en lo atinente al “conflicto”, pero sus fallos serán inmodificables hasta la eternidad e inapelables. El máximo “tribunal de paz” podrá dictar sus propios reglamentos y normas de procedimiento, sin que el Congreso ni ningún otro estamento puedan intervenir. Aunque tendrá la potestad de juzgar a todos los colombianos que a bien tenga, el mecanismo para la integración del tribunal ha sido convenido exclusivamente por el gobierno y las Farc, sin consultar con nadie. Y lo peor: toda la “justicia” que impartirá consistirá en “sanciones” ridículas a los narcoterroristas autores de los peores crímenes, que de ninguna manera implicarán cárcel, con la sola condición de confesarlos; mientras que el resto de los colombianos, civiles y militares acusados de participación directa o “indirecta” en delitos dentro del conflicto, se verán obligados a aceptarlos –así no tengan relación con ellos- o sufrir condenas de hasta 20 años de prisión.
Mintió aquel día descaradamente Santos, suponiendo que nos iba a engañar, como si no hubiéramos leído con detenimiento el texto pactado en Cuba, cuando se extendió en explicaciones sobre los reparos planteados por el expresidente Pastrana. Y entra en contradicciones tremendas. ¿De dónde saca que la JEP “no reemplaza, de ninguna forma, nuestras instituciones de justicia ni nuestro poder legislativo”, cuando ese precisamente fue su fin primordial, porque las Farc no aceptaban otra cosa? ¿Y en dónde está estipulado que “el tribunal de Paz no estará por encima de las Altas Cortes”, si su jurisdicción escapa a cualquier control presente o futuro, como explícitamente lo determina el documento publicado?
Tratando de responder las objeciones precisas de Pastrana y Rueda, y por ende de muchos otros que coinciden en sus análisis, Santos no hizo más que patinar en su intervención de la Universidad del Rosario. Después de asegurar que la jurisdicción acordada en La Habana fue creada precisamente porque los “insurgentes” no reconocen “la justicia del Estado”, el tarambana de presidente que tenemos, creyéndonos estúpidos, pondera el acuerdo de la JEP porque con él “se logró algo único, que jamás se había presentado en la historia de la resolución de conflictos en el mundo” (como todo lo suyo), y es que las “partes” se pusieron de acuerdo en un sistema “con capacidad para investigar, juzgar y sancionar, bajo las leyes colombianas”. Las mismas que acababa de señalar que no reconocían los criminales. Salvo que considere “leyes” y “colombianas”, las estipulaciones pactadas en secreto en Cuba.
Quien de esa manera fraudulenta argumenta no tuvo empacho, aquel día aciago, precisamente el que define el año como bisiesto, en buscar impresionar a los académicos con un lance filosófico, que le diera a su felonía un supuesto toque de distinción y altura. No lo hizo mejor que su colega Nicolás Maduro cuando hace pocos días disertó sobre la etimología de la palabra economía. A fe que cada día se parecen más. Hablamos de la alusión de Santos a la “Falacia del Espantapájaros”, que describió con aire doctoral de esta manera, para adjudicarla a los dos citados rosaristas que tenía entre ceja y ceja: “Pero ustedes, los que debaten, conocen también esa escuela filosófica griega a la que pertenecían los sofistas. Los sofistas son aquellos que convencen en las discusiones, son muy efectivos, no porque defiendan la verdad, sino porque parten de bases falsas. Hay un famoso recurso sofista, que conocen los dialécticos, que se llama la Falacia del Espantapájaros, que consiste en tergiversar una realidad y convertirla en un muñeco de paja para asustar.”
La susodicha falacia no consiste en “tergiversar una realidad” y convertirla en un “espantapájaros” o “muñeco de paja” para “asustar”, y por esta vía imponer unos criterios, como lo pregona Santos apelando a la lógica primitiva de un Maduro. Radica más bien en la tergiversación de los argumentos del contradictor, poniendo en boca suya lo que no ha dicho, para así rebatirlos más cómodamente. Se puede derribar más fácil un “hombre de paja” (straw man), que a un hombre real, dicen los ingleses, y de allí tomó su nombre la falacia de marras.
Son tantos sus embrollos, contradicciones, mentiras, engaños, que Santos no alcanza a calificar ni de vulgar sofista. Apenas de hombre de paja (que ni siquiera espantapájaros) con rabo ídem.