Mirar lo que está sucediendo hace recordar a James Carville, cuyo nombre quedó inscrito en la historia de la consultoría política a raíz de la campaña y elección de Bill Clinton, en 1992.
En aquellos tiempos George H. W. Bush parecía imbatible. Había logrado éxitos de inmensa trascendencia en la política exterior, lo cual le permitía disfrutar de niveles de apoyo cercanos al 90 por ciento de la opinión.
Durante su mandato cayó el muro de Berlín, la antigua Unión Soviética se desintegró y la guerra fría dejó de existir.
Semejante logro, entre otros internacionales, permitía pronosticar su triunfo sobre Clinton, entonces un desconocido de Arkansas.
Pero Carville decidió cambiar la agenda del debate presidencial. Para hacerlo, colgó un cartel a fin de que el equipo de asesores del candidato demócrata tuviera presentes los temas en que se haría énfasis.
“Más de lo mismo o cambio”, y “la economía, estúpido” quedaron en la pequeña lista de prioridades. Así logró focalizar el mensaje en las transformaciones requeridas para atender las necesidades cotidianas de los ciudadanos. Y ese fue el programa que cautivó a los estadounidenses.
Además del atractivo de la propuesta dirigida a mejorar la vida de todos, también incidió en la derrota de Bush el incumplimiento de la promesa de no elevar los impuestos existentes ni crear nuevas cargas.
¿Qué tiene que ver lo anterior con el momento político que vive el país?
Varias cosas. En primer lugar, es imposible dejar de pensar que la mirada del presidente Santos, y su afán de firmar con las Farc en marzo, está puesta igualmente en el 2018.
Tampoco hay que hacer mucho esfuerzo para ver que el acuerdo se convertirá en el gran argumento del candidato del Gobierno, quien reclamará el favor de los electores exhibiendo ese trofeo.
Así se pondrá a sonar, otra vez, el disco falaz de los amigos y los enemigos de la paz, en momentos en que la situación económica interna será tremendamente difícil y las perspectivas internacionales muy inciertas y complejas.
Ni siquiera los pronósticos más optimistas sobre el crecimiento global, como los del International New York Times, que no descarta un incremento del 0,2 por ciento frente al 2015, para llegar a 2,8 por ciento, se atreven a plantear esas perspectivas con certeza.
De otro lado, debe tenerse en cuenta que, definitivamente, predominarán los acuerdos comerciales bilaterales o birregionales, con motivo del sepelio de la ronda de Doha, a mediados de diciembre en Nairobi, debido a su fracaso.
¿Qué necesitan los colombianos en estas condiciones?
Requieren que se le dé prioridad al diseño de una nueva política económica para la gente.
Este debe ser el gran objetivo del debate público, pues lo importante es que puedan vivir tranquilos, trabajar, educar bien a sus hijos, gozar de salud y tener una pensión decente.
Llegó la hora de repetir, con Carville: “Cambio es la economía, estúpido”.