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La farándula

Mientras Santos acertaba en la ratificación de los ministros de Hacienda, Salud, Vivienda, Comunicaciones y en el nombramiento del de Justicia, se le iban las luces en la escogencia del ministro de Trabajo.

 

La generación de empleo -aun cuando se ha dado pero con crecimientos modestos- es una de las gestiones que la opinión pública, a través de las encuestas, reprueba del actual mandatario. Los niveles de desocupación en Colombia son de los más altos en América Latina y la calidad del mismo deja mucho que desear. Grandes contingentes, desanimados y frustrados de buscar enganche laboral, se van hacia la informalidad cuando no es a la formación de grupos que se mueven entre la temeridad y la audacia.

 

Lucho Garzón es un personaje gracioso. Repentista como para ser campeón de la trova paisa. Hace calambures con una facilidad que arranca aplausos en los salones palaciegos en donde le celebran sus gracejos joviales. Anima las reuniones con sus retruécanos y piruetas gramaticales, recordando a aquellos pintorescos personajes que divertían tanto en las cortes a los príncipes cuando el tedio se los empezaba a devorar. 

 

Lucho es original, simpático. Dicen que con algunas copas se vuelve más extrovertido y dicharachero. Personaje auténtico, brotado de las entrañas populares, quien seguramente ignora el oligárquico juego de golf, pero domina el popular tejo.

 

Mientras Lucho no se salga de ese libreto de animar las reuniones y los consejos de ministros con sus chascarrillos, divertirá y bajará la tensión de los tecnócratas acartonados y trascendentales.
 

 

Lo grave sería que Lucho llevara la farándula a la corte y se lanzara a proponer leyes populistas como ocurrió en los tiempos de su remota antecesora María Elena de Crovo, bajo el cuatrienio de López Michelsen. Ahí podría pasar de ser un personaje para entretener a otro para preocupar.
 

 

A Crovo en su época le dio por plantear la aprobación de la huelga indefinida y remunerada. Una medida insólita que hizo santiguar no solo a los empresarios sino a las mismas gentes sensatas que veían un despropósito en la propuesta.
 

 

La Andi, en ese entonces presidida por Fabio Echeverri, se opuso con sólidos argumentos a tamaño desatino. No solo era un disparate en la vida empresarial sino una extravagancia en la vida nacional. Carecía de lógica y de presentación.
 

 

La Andi –cuando era una institución de gran influencia- elaboró un documento sesudo y objetivo sobre lo que podría significar para la vida social y laboral colombiana semejante desacierto. López se enfureció por la síntesis que allí se hacía al calificar tamaña propuesta como la caída del país en el "imperio de la ilegalidad". Furioso devolvió el documento y convocó a Palacio a la junta de los empresarios, para moverle la silla a Echeverri Correa. Este, en contraste, recibió un apoyo fervoroso del sector empresarial colombiano para que con ese espaldarazo, enterrara el provocador proyecto de la señora de Crovo.
 

 

El propósito de recodar esta historia es para que Lucho Garzón no la reviva y siga mejor en ese papel de agradar los consejos de gobierno y las idas los fines de semana a las casas veraniegas presidenciales, en donde gozarán de sus ingenios y de su gracia, sin meterse en camisa de once varas.