Hace cuatro años cuando se construyó el Plan Nacional de Desarrollo 2010-2014 y se definieron las ‘pujantes locomotoras’ que llevarían a Colombia hacia la ‘prosperidad democrática’, una de las grandes ausentes fue la educación. A ella no se le dio la necesaria relevancia para cumplir el propósito de mejorar la productividad, ser un vehículo efectivo en la lucha contra la informalidad y servir de instrumento para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Sencillamente, fue un aderezo más en la receta gubernamental. Cuatro años después, varias locomotoras se han fundido, otras marchan por debajo de su capacidad y, lo que es más triste, en el nuevo Plan de Desarrollo su protagonismo se ha desvanecido. Hoy, el Gobierno le anuncia al país que su principal pilar será la educación y que trazará la ruta para que Colombia sea la más educada del continente de cara al año 2030.
¿Estamos en condición de cumplir el sueño presidencial, o, por el contrario se trata de otro eslogan para obnubilar despistados? Acertadamente, el Gobierno acogió la propuesta de la jornada única escolar como herramienta para cerrar las brechas entre la educación pública y la privada, pero, lamentablemente, la educación preescolar se ve bastante débil, desconociendo que desde esta etapa de formación se cimenta el desempeño académico futuro del estudiante. Con la jornada única, el Gobierno pretende, entre otros, mejorar progresivamente el rendimiento en las pruebas Pisa, y parece desconocer que los resultados en estas evaluaciones se definen desde la fase más temprana de formación.
De los estudiantes colombianos que presentaron las pruebas Pisa 2012, el 14 por ciento, nunca asistió al preescolar, el 53 por ciento, acudió un año o menos, y solo el 33 por ciento, por más de un año. Para colmo de males, en Colombia 7 de cada 10 estudiantes en las escuelas rurales jamás pisó un preescolar, tal como lo han señalado la Ocde y el BID. Desde el punto de vista de los resultados, la diferencia en matemáticas entre los que asistieron por más de un año a la educación preescolar y quienes no lo hicieron es cercana a los 34 puntos, lo que se traduce en el equivalente a casi un año más de escolaridad, y los que presentaron un mejor desempeño en las pruebas Pisa fueron aquellos que permanecieron en la educación preescolar por más de un año, explicando, en gran medida, la triste brecha entre lo rural y lo urbano.
Esta realidad la agrava el hecho de que en América Latina, y Colombia no es la excepción, los profesores de preescolar son los que tienen menos años de escolaridad, los peor remunerados y muchos de ellos son de tiempo parcial, además, una parte no está en el escalafón docente.
Si no contamos con una agenda para tener una educación preescolar de calidad, con docentes profesionales, con óptima infraestructura, con alimentación que contenga los micronutrientes necesarios para adecuar el cerebro al aprendizaje, solamente con la jornada única no se cerrarán las brechas, ni se corregirán los rezagos en aprendizaje, y la meta de Colombia, de ser la más educada, quedará reducida a una mera ilusión óptica.