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La tenaza

Colombia está enfrentada a cruciales decisiones en los próximos meses. De un lado las elecciones regionales, que definirán el poder en departamentos y municipios, y que se celebrarán en octubre. Y de otro, el desenlace del tortuoso proceso de negociación con los narcoterroristas, llamado de “paz”, que el gobierno quiere utilizar para empujar las elecciones citadas, a la vez que apelar a las mismas elecciones para santificarlo.

 

Un gran escollo para sus protervos planes encuentra Santos y su batería de partidos de la Unidad Nacional: el Centro Democrático. Porque no solo es el contendiente más fuerte para disputarle la hegemonía en los comicios, y obtener fuertes avances en gobernaciones, alcaldías, asambleas y concejos, sino especialmente porque es la piedra en el zapato que se opone a la entrega que se avecina en los diálogos habaneros.

 

Ducho en marrullerías, trampas y persecuciones, desde finales del año pasado Santos y su combo vienen adelantando una especie de plan tenaza para tratar de apabullar a la oposición democrática de centro que encarna el uribismo. Sin miramientos, sin hígados, a sangre fría, y apelando a cuanta arma innoble y perversa se les ocurre, se han venido lanza en ristre, tratando de silenciar y sacar de en medio a tan incómoda fuerza.

 

Como toda tenaza, ésta consta de dos brazos, cuyo eje de enlace es el Palacio de Nariño.

 

El primero brazo es de carácter económico y consiste en la movilización de recursos para inclinar a su favor el electorado, a través de la consabida mermelada. Ya lo declaró en Cartagena a los cuatro vientos el prócer Roy Barreras, con el respaldo posterior del ministro Cristo: como quedarían casi tres años del gobierno de Santos a partir de octubre, no habría partidas del presupuesto para ningún alcalde o gobernador de la oposición que resultase elegido. Con todo y lo atrabiliaria de la amenaza, Barreras se cuidó de explicar que los recursos de que hablaba solo existen en su imaginación. La olla está bastante raspada.

 

No la tiene fácil la coalición oficialista en este terreno. Como las arcas quedaron exhaustas luego de la operación de compra de votos del año pasado, con cuantioso saldo en rojo, se vieron en la necesidad de aprobar una reforma tributaria escandalosa, que afectará gravemente la producción y el empleo, perjudicando sobre todo a la clase media. No acababan de aprobarla a pupitrazo limpio cuando un acontecimiento vino a amargarles la fiesta a los santistas: la caída del precio del petróleo, que genera un desfase fiscal similar al que se pretendía cerrar. Ya las eminencias grises del régimen hablan de una nueva reforma alcabalera, dizque “estructural”, antes de acabar este año, para tapar semejante tronera del erario.

 

Los planes iniciales del gobierno de unos ajustes moderados en el gasto, que no afectaran la disponibilidad para repartir la mermelada en los meses por venir, quedaron en el aire. Ahora acabamos de saber, por ejemplo, que la promesa de Santos de financiar con recursos de la nación el 70% del metro de Bogotá se ha reducido a solo el 40% (una suma de varios billones de pesos). ¿Será tan fácil para el santismo atraer al electorado de la capital luego de tan monumental burla? Otras regiones empiezan también a elevar sus reclamos por el abandono en que los deja el plan nacional de desarrollo presentado por el ejecutivo para el cuatrienio.

 

Pero de todos modos no hay que equivocarse: la naturaleza de Santos es tal que si le toca generar un mayor déficit para cumplir sus perversas metas políticas, aun llevándose de calle el equilibrio fiscal y el crecimiento económico, no dudará en hacerlo. Está además el compromiso de sustentar a más largo plazo –para el 2018- la campaña presidencial de Germán Vargas Lleras, con todo género de obras públicas, útiles e inútiles, ciertas o fantasiosas, con cifras que no alcanzamos a dimensionar por los astronómicas.

 

Si bien este brazo de la tenaza se ha venido fracturando, tampoco es de esperar que se rompa súbitamente. En todo caso viene provocando un efecto singular en el otro brazo de la tenaza, el de la represión y persecución política: acentuarla para tratar de suplir la debilidad en el flanco económico.

 

Quien repase los acontecimientos del último mes lo puede corroborar fácilmente. Toda suerte de suspicacias, refritos, ataques, provocaciones e infundios han enrarecido el ambiente. Este brazo nutre su musculatura preferiblemente de órganos judiciales y medios de comunicación, entre los que se destacan la Fiscalía General y la revista semanal de la familia presidencial.

 

Empezó con ataques sincronizados contra el director del CD, Óscar Iván Zuluaga, y su entorno más inmediato, como son su hijo David y su asesor Luis Alfonso Hoyos. Primero regando la especie de que los dos últimos habían huido al exterior para evadir la justicia. Luego elaborando fantasiosas explicaciones sobre la contabilidad de la pasada campaña presidencial de Zuluaga. Continuando con la citación insólita, por medios radiales, del líder del CD a declarar a la Fiscalía. Todas argucias que no resisten un análisis serio -sobre todo después del informe militar sobre la falsedad del espionaje a negociaciones de paz en la fachada Andrómeda-, pero que crean confusión y temor en la opinión.

 

A la par, para no dar respiro, y con Santos tras bambalinas (con gestiones en Francia que el expresidente Uribe develó), fue lanzada la circular roja de la Interpol (que hacía solo unas semanas había negado por segunda vez) para capturar a Maria del Pilar Hurtado, ex directora del DAS. De manera burda se procedió a legalizar su “captura”, a sabiendas de que se había entregado, y a renglón seguido el Fiscal profirió el chantaje: 20 años de cárcel, salvo que se declare culpable y confiese que sí hubo “chuzadas” y las ordenó Uribe, a cambio de lo cual estarían dispuestos a interpretar la ley a su amaño para ofrecer imposibles beneficios jurídicos. La ex jefe del DAS no se arredró y rechazó la carnada venenosa lanzada por la Fiscalía.

 

Pero no se trataba solo de eso. Está claro que fin de la estrategia es llegar al expresidente Uribe, cabeza y columna vertebral del Centro Democrático. Para el efecto, utilizando una funcionaria judicial de reconocidas afinidades con figuras de izquierda enemigas del ex mandatario, lo mismo que de un ex magistrado también enemigo acérrimo del mismo, se revivió una temeraria y burda acusación en su contra, ya descartada por falsa en viejos procesos judiciales: la supuesta participación de un helicóptero de la gobernación de Antioquia en una masacre paramilitar, cuando Uribe era el primer mandatario de ese departamento.

 

Uribe ha tenido, por enésima vez, que repetir los argumentos que refutan el embuste, a través de las redes sociales sobre todo, porque los grandes medios de comunicación solo le dan salida a las paparruchas del gobierno y la corte de sus aduladores. No será la última vez, porque seguramente nuevos embuchados aparecerán para tratar, vanamente, de enlodarlo y callarlo.

 

Pese a la saña y malevolencia de los ataques, tampoco aquí la tienen fácil sus detractores. No solo por la debilidad absoluta de los gatuperios que utilizan, sino porque chocan con la fortaleza y alta moral de los líderes del CD, empezando por Uribe y Zuluaga, lo mismo que con el inmenso respaldo popular que gozan, que en lugar de sufrir mella se acrecienta. No tardarán en aparecer también grietas en este brazo de la tenaza.

 

No pocas veces la más temible tenaza termina hecha añicos por la solidez y resistencia de la presa que pretende asaltar.