Olfateando el aire agresivo y belicoso que se respira en el país contra los críticos de los diálogos de La Habana, auspiciado por el gobierno de Santos y su círculo de servidores y corifeos, y multiplicado por los “plenipotenciarios” de las Farc y su corte de panegiristas, uno no puede sino recordar la sarcástica expresión del presidente José Manuel Marroquín cuando estaba por expirar la Guerra de los Mil Días: “Viene la paz con todos sus horrores”.
De dos cosas no me cabe la menor duda: de un lado, que los acuerdos que se cuecen en Cuba –jalonados evidentemente por las Farc, y a tono con sus pretensiones- van muy avanzados, y las partes tienen la firme decisión de concluirlos; pero por otro lado, en virtud de su esencia entreguista y de grave riesgo para la institucionalidad democrática, es indiscutible que la inmensa mayoría de la población colombiana no está dispuesta a aceptarlos ni a refrendarlos. Una de las soluciones a tan evidente contradicción, para los dos socios de ese sucio negocio, como estamos viendo, es desatar una feroz campaña para satanizar, atemorizar, perseguir y atropellar a quienes disienten del fatídico proyecto, con la vana intención de torcer la voluntad popular por ese medio.
Cada día es más notorio que el gobierno está dispuesto a conceder cuanta exigencia extravagante y aventurada efectúen los narcoterroristas. Negando todo en principio, ha ido concediendo una por una las pretensiones de las Farc. Habrá cese bilateral al fuego antes de terminar los acuerdos; no habrá cárcel para los responsables de crímenes atroces (y además se pretende ahora que se libere a miles de condenados presos); no habrá extradición para quienes han sido pedidos por otros países por delitos internacionales; la extorsión, el secuestro (incluido el de menores “reclutados”) y el narcotráfico, entre otros graves delitos, se “subsumirán” en el “delito político”; se eliminará la restricción constitucional de participación en política y elecciones a los autores de crímenes de guerra o lesa humanidad; no habrá reparación a las víctimas por los narcoterroristas ni tendrán que entregar sus bienes mal habidos; no habrá durante mucho tiempo entrega sino “dejación” de las armas; se refrendarán los acuerdos por vías expeditas (del estilo del tal “congresito”), que escabullen la participación popular y otorgan a los criminales la capacidad de refundar el Estado; etc., etc.
Sin embargo, reitero -lo hemos constatado en decenas de encuestas y sondeos de estos últimos tres años-, los ciudadanos colombianos en un 80 o más por ciento no aceptan ni rubricarán semejantes desatinos, tendencia que se afianza a medida que se van conociendo nuevos “avances” en la mesa de negociaciones. De nada han valido costosas campañas publicitarias, ni la ostentosa y vacua diplomacia internacional en pro de la “paz”, ni las innumerables giras internas de altos funcionarios oficiales y delegados plenipotenciarios, ni el uso atosigante de la “mermelada” oficial, ni la apelación casi enfermiza a la mentira y el engaño para disfrazar la entrega en trámite. Todas esas estratagemas han operado como búmeran. Agotadas ya por ineficaces es hora de arreciar contra los opositores y críticos, buscando silenciarlos por los medios que sean, y ese parece ser el tácito pero idéntico propósito de los medios oficiales de parte y parte.
Basta leer la batería de columnistas de la revista Semana –el medio santista por excelencia- del último domingo para convencerse de lo que decimos. La fobia anti-uribista –porque en Uribe se simboliza la oposición a la claudicación en marcha- llega a un grado de exacerbación cercano al paroxismo. Pero si por allí llueve, por las guaridas de los terroristas no escampa.
Escuchando en televisión a los delegados de las Farc en La Habana uno no puede sino preguntarse cuál será el futuro que le espera a Colombia con el empoderamiento de semejante caterva de matones. Hablan con tono altisonante, soberbio, de vencedores que están próximos a instalarse en el poder. En su lenguaje no cabe el arrepentimiento, la humilde contrición, el reconocimiento de sus desvaríos y crímenes, y la solicitud sincera de perdón a una sociedad que por tales gestos estaría dispuesta a ser benévola a la hora de impartir justicia. No, su apuesta es el chantaje vil de quien está dispuesto a seguir cometiendo toda suerte de desafueros si no se accede a sus caprichos. Es obvio que en el canje impúdico de La Habana están resultando ganadores y eso ha exacerbado su atávico talante insolente, prepotente y vengativo.
Del mismo tenor y por las mismas razones, disparan sus diatribas amenazantes en el principal medio de expresión de la pandilla: el portal Anncol. Estas últimas semanas la han emprendido contra académicos, periodistas y escritores críticos del proceso de “paz”. No se trata del normal debate de ideas, propio de cualquier acontecimiento del devenir del país, no. En la serie sistemática de artículos –unos sin firma, o sea que son oficiales del grupo terrorista, y otros rubricados por un tal Horacio Duque, columnista regular de ese portal- no se esgrimen argumentos de fondo sobre ningún tema de la polémica, sino que se procede a derramar cuanta injuria, calumnia, insulto y amenaza es dable concebir.
Empezaron enfocados en Darío Acevedo Carmona, profesor de historia de la Universidad Nacional de Colombia y columnista del periódico El Espectador, contra quien desataron una serie de cuatro infames escritos. A tal punto que fue impelido a renunciar a seguir escribiendo sus columnas semanales, por el obvio peligro para su vida que significa semejante ráfaga verbal, proveniente de las filas de una organización armada tenebrosa, con un largo historial de atentados y amenazas contra la población civil, periodistas e intelectuales que no son de sus afectos. El señor Horacio Duque se ha regocijado porque, en sus palabras, lograron “des-escalar” al profesor Acevedo al conseguir su retiro de El Espectador, y manifiesta su deseo de que también sea “des-escalado” de la Universidad, para contribuir a lo cual anuncia un desafiante matoneo, con mitin incluido dentro del claustro.
“Darío ha salido como “pepa de guama” del periódico El Espectador por causa de su desequilibrada interpretación del proceso de paz que adelanta el gobierno del Presidente Santos con las Farc en La Habana. Perdió la objetividad y se le refundió la sindéresis, si es que alguna vez conoció tales virtudes”, ha dictaminado Duque. Se colige de allí que quien se oponga a ese proceso deberá correr la misma suerte. En gracia de lo cual el atarbán extiende sus advertencias a una larga lista de intelectuales, a los que califica de “cuartel de francotiradores”, compuesto por “José Obdulio, Rangel, Acevedo, Botero Campuzano, JVallejo, Paloma, F. Londoño, Gómez Martínez, Saúl Hernández, Nieto, Carlos HolmesT, Ana Mercedes, Hoyos, Alvear Sanín, Jaramillo Panesso, H. Rodríguez, I. Duque y otros”.
Finalmente la emprendieron antier, en el quinto y último artículo de una serie que no parece tener fin, contra Eduardo Mackenzie por el “delito” de salir en defensa del profesor Acevedo. Con igual intemperancia verbal y estilo chabacano, se desata el señor Duque en los peores calificativos para denigrarlo. Alguien podría pensar que se trata simplemente de la ramplonería propia de un sujeto fundamentalista, obnubilado, pero que allí no hay más. Sin embargo este escrito termina con una conminación alarmante a Mackenzie, que solo leerla produce escalofrío: “Bien “desescalado” Acevedo en El Espectador. Ojala corra la misma suerte en la Universidad. Y ojala así procedan con Usted y el barro que segrega su putrefacto seso, si es que algo le queda en su deplorable y denigrante senectud. Le deseo la peor de las suertes. Seres tan despreciables como Usted y sus socios no merecen más en la vida. Debería ser también el fin de la rémora que les guía como un falso ídolo. A la orden.” ¿Si eso no es una amenaza brutal y directa, en la semántica española, entonces qué es?
Pero tanto el gobierno como las Farc se equivocan. Como las demás argucias para engatusar a los colombianos y venderles su mercancía chiviada, ésta también fracasará. Mackenzie en su columna en defensa de Acevedo se refiere al desamparo de los intelectuales ante esta agresión totalitaria, por el perverso ayuntamiento gobierno-Farc. Es cierto. De allí que aunque hay que pedir protección a las autoridades, en los casos más preocupantes, pensar que Santos o Montealegre estén genuinamente interesados en brindarla es como pedir peras al olmo. Pero no hay que amilanarse. La inmensa mayoría del pueblo colombiano desprecia a la gavilla de narco-criminales y al gobierno pusilánime y traidor de Santos. Por eso tamañas tretas, maniobras, intimidaciones y arbitrariedades se estrellarán contra su valentía y coraje, y terminarán por imponerse la verdad y la razón. Mientras tanto nuestro deber como escritores y comentaristas, que nos debemos a ese mismo pueblo, es no ser inferiores al momento, proseguir la dura batalla a su lado, sin vacilaciones, que la victoria vendrá indefectiblemente. A nadie desafiamos, pero no nos arredramos.