Que en el país se estén presentando violaciones y asesinatos donde las víctimas son niños, es una de las peores aberraciones de que podemos dar cuenta. En la última semana conocimos la masacre de 4 menores cerca de Florencia (Caquetá) y de un niño descuartizado en La Vega (Cundinamarca).
Por otro lado, en Barbosa (Santander) se llevó a cabo un evento que convocó niñas menores para ser exhibidas como animalitos ante un público alicorado, morboso, lascivo e inhumano, en uno más de tantos reinados que se realizan en Colombia, esta vez llamado “Miss tanguita”. ¿Qué nos está pasando?
La prensa se ha ocupado con mediana insistencia en estos casos para informar y reclamar justicia, pues no se concibe un país donde se atenta contra su niñez, y la sociedad se queda indolente, silenciosa, impávida e indiferente. Estas noticias serían en otras latitudes objeto de repudio general, de marchas multitudinarias y de persecución implacable a los autores. Pero en Colombia estas masacres y abusos fueron opacados por la lesión de James. Repito: ¿qué nos está pasando?
Es triste, pero todo parece indicar que nos acostumbramos a que estos actos hagan parte del diario vivir. El Tiempo informa que, según medicina legal, en el año 2014 fueron asesinados 1.115 menores en Colombia. Es decir: en este país son asesinados diariamente 3 niños, y nadie dice nada. A nadie -aparte de los familiares directos- parece importarle esta situación. ¿Y qué dicen las autoridades?: ¡Nada! Investigaciones exhaustivas, ofrecimiento de recompensas, retratos hablados, alharaca mediática y, de un momento a otro, todo en el olvido. De un momento a otro, adquieren más relevancia noticias de farándula o de podredumbre política.
Aunque, viéndolo bien, este silencio no es nuevo. En Colombia las Farc llevan 50 años reclutando menores, abusando sexualmente de ellos, alienando sus mentes, absorbiendo su vida y, en no pocos casos, llevándolos al patíbulo cuando pretenden desertar o liberarse de los tratos inhumanos. ¿Y cuál ha sido la reacción de la sociedad?: el silencio, la resignación y la indiferencia. O, lo que es peor, aplaudir sus actuaciones y premiarlos con impunidad, privilegios, dádivas y connivencia.
Y esto es hoy, cuando se supone que existe un Estado libre que se rige por leyes, y donde la justicia –también se supone- opera como reguladora de la sana convivencia social. ¿Qué diremos en unos años, cuando en el poder se encuentren los criminales farianos? ¿Tendrán autoridad moral para reclamar, fustigar, castigar y condenar a los demás por actos que cometen en su vida cotidiana? ¿Tendrán los niños la consideración y protección que estipulan los cánones universales, cuando se les ceda el poder definitivo a las Farc? ¡No lo creo! Porque estos terroristas tienen como costumbre la inducción a los niños a sus filas, cuando sus mentes son maleables, dominables, vencibles y alienables. Cuando su capacidad de reacción es nula y cuando están abiertos a aprehender tan solo del mundo que los rodea, que en este caso es violencia, miseria, destrucción y muerte.
Esta es otra de las causas que nos deben mover a repensar las concesiones que se pretende otorgarles a los terroristas, como colofón del proceso de La Habana. Ellos exigen gobernar sin entregar sus armas, sin devolver un solo peso, sin pagar por sus culpas y sin retornarle a la sociedad todo lo que le han quitado durante más de diez lustros. ¿Cuántos niños han pasado por sus filas? ¿Cuántas vidas se han desperdiciado en un mundo de iniquidad? ¿Cuántos colombianos han pasado su niñez portando un fusil? ¿Cuántos niños han vivido sus primeros años en medio de un adiestramiento militar y recibiendo diariamente lecciones de odio, venganza y desolación? ¿Cuántos niños han tenido que asumir la muerte violenta (hasta la propia) como algo normal y consuetudinario?
¡Sí! El país debe reclamar justicia por los crímenes cometidos en contra de su niñez. Pero no solo en los casos que los medios nos muestran como parte de su amarillismo. También en casos tan conocidos (y dolorosos) como los que cometen los terroristas que hoy disfrutan de los placeres de un buen ron y un habano en las playas cubanas. Debemos reclamar justicia por los miles de niños que hacen parte de esta guerra cruel e inhumana.
@titepava