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Muchos ‘Machos’, pocos hombres

Colombia está viviendo una situación grave en materia de violencia intrafamiliar, y más concretamente agresión contra la mujer. Según cifras de Medicina Legal, entre el 2005 y el 2014 se han atendido cerca de 529 mil denuncias de maltrato de parejas, en las cuales el 85 por ciento de los hechos tiene en una mujer su principal víctima.

 

La realidad nacional no puede ser más dantesca. Tenemos una alarmante tasa de 210 víctimas de violencia de pareja por cada 100 mil habitantes, donde la mitad de los casos se presenta en personas menores de 29 años. Tan solo en ciudades como Bogotá se presentaron más de 10 mil víctimas, mientras en Medellín fueron 3 mil los incidentes de esta forma pavorosa de violencia.

 

Al momento de examinar los patrones que se conjugan con este tormentoso panorama, es evidente que el 52 por ciento de los casos tiene lugar bajo la influencia de sustancias psicoativas, casi el 60 por ciento de los casos contiene lesiones politraumáticas, el 49 por ciento ocurre en parejas que se encuentran en unión libre, y cerca del 75 por ciento de los incidentes se da en la residencia de pareja.

 

¿Cómo podemos enfrentar esta horrible tragedia? Hasta el momento, la aproximación frente al problema se ha planteado como un asunto que debe ser liderado por la mujer, mediante el fortalecimiento de mecanismos de denuncia, o haciendo más drásticas las sanciones de los agresores. Son escasos los responsables visibles de una política pública que enfrente esta calamidad, como también son pocos los activistas masculinos que toman esta batalla como propia.

 

Con estas preocupaciones, el activista Jackson Katz publicó un libro titulado La Parábola del Macho, en el cual alerta que la única manera de reducir esta pandemia está en entender que es en los hombres y en su educación, donde podemos ser más efectivos para generar un cambio. Si nos preocupamos porque la educación masculina, tanto en el colegio, como en el hogar, sea fuerte en sembrar una conciencia de rechazo, censura y repudio por cualquier forma de violencia contra la mujer, podemos erradicar un comportamiento que, lastimosamente, para muchos hombres no contiene una contención moral, en sociedades arraigadamente machistas.

 

Siguiendo las pautas de Katz, es urgente que construyamos una política pública que parta de la prevención de los comportamientos masculinos que se originan en una errónea valoración de la mujer en la sociedad. La creación de cátedras de comportamiento cívico-familiar, la formación de valores estructurales de respeto integral por la mujer y su papel en la sociedad, la revisión de contenidos pedagógicos con inclinaciones machistas, así como generar una cultura voluntaria para minimizar los contenidos que alimentan comportamientos sexistas, son cruciales y hacen parte de la batería de políticas.

 

Colombia debería aprender de las lecciones de Katz y entender que la violencia contra la mujer es una de las más graves amenazas sociales, y que se requiere urgentemente la conciencia y acción de los hombres, en donde se está originando el problema.