La galería de silencios del discurso de posesión, sin tener listo el gabinete, resulta inquietante.
Hay silencios que gritan. Hay ausencias y exclusiones que terminan por colocar los reflectores sobre lo omitido. Lo olvidado es rebelde, terco, indómito, y no se resigna al silencio o al desdén.
Así le pasó a Santos con Angelino. Creer que ignorarlo se convertía en mágico conjuro para que no se recordara su insubordinada pero legítima voz de hombre del pueblo encumbrado a los más altos despachos por el voto ciudadano produjo que uno de los párrafos más recordados del discurso fuera justamente el que le faltó para su popular vicepresidente. Ni una miserable palabrita…
Ni una miserable palabrita merecieron tampoco la sequía, la sed, los páramos, el medioambiente. Ni la reforma de la justicia, que tanta lírica oficial inspiró antes de estallar el escándalo de las conciliaciones. Angustioso y equivocado que la crisis de la justicia no amerite una sílaba, como la tragedia del régimen pensional, que simultáneamente amenaza con la indigencia a muchos adultos mayores y con el desequilibrio fiscal a las finanzas públicas.
Y, a propósito de las finanzas públicas, ni una frase para advertir que el presupuesto presentado al Congreso está desfinanciado, que faltan 10 o 12 billones de pesos y que es necesario para cubrirlo acudir a los contribuyentes y aprobar unas nuevas normas tributarias. Del desplome de la renta petrolera tampoco se dijo nada.
Nada de cultura, ni de las artes. Ni de las ‘bacrim’, ni de la extorsión, ni de las promesas incumplidas sobre el bienestar de policías y soldados. “Si se pone a hablar de mucha cosa termina en un larguero de párrafos que desdibuja las prioridades. Entonces lo criticarían por hablar de todo”, me dice un santista de los de paloma en la solapa. Quizás… ¿Pero que San Andrés no hubiera ameritado una línea?
¿Es que, sin que lo sepamos y al contrario de lo que se prometió, ya el tema se resolvió? ¿El silencio quiere decir que ya acatamos el fallo, o que ya nos resignamos, o que ya salieron las fragatas del meridiano 82, o que ya le entregamos todo a Nicaragua, o que ya se negoció un tratado, o que ya están a salvo los intereses de los pescadores, o que ya ganamos o perdimos el nuevo pleito en la Corte, o que ya se terminaron las obras prometidas? ¿O quiere decir que San Andrés, de nuevo, ha sido olvidado?
La política internacional y las relaciones hemisféricas casi quedan por puertas, lo que se hizo más visible porque no vinieron ni Obama, ni Biden, ni Kerry, ni nadie de la Casa Blanca, ni Maduro, ni la Kirchner, ni Evo, ni Dilma, ni Mujica, ni nadie de peso de los países europeos, aparte del fatigado don Juan Carlos, a quien descortésmente despertaron cuando dormía plácido arrullado por la resolana sabanera en plena ceremonia, al estallar el más sonoro de todos los aplausos dedicado a James, Falcao, Catherine, Mariana y Nairo.
En el lado positivo, subrayo el énfasis dado a la educación y a la equidad, que debe traducirse en acción cierta en estos cuatro años. Ese compromiso merece el aplauso de todo el país y tiene el mío sin vacilación. Gran decisión que enaltece a Santos como gobernante. Y, más allá de la delirante e inmediata respuesta terrorista, subrayo también que una advertencia sobre los linderos de la paciencia del país y del Gobierno se hubiera formulado para reclamar urgentes hechos de paz. Ojalá, por el bien de este país, pueda y quiera Santos enderezar el rumbo de este proceso.
Finalmente, los televidentes agradecimos mucho a los productores de la transmisión el haber incorporado una sección de humor coreográfico con la simpática variación del rastastás que presentaron los generales y almirantes con el señor Presidente y el Mindefensa tras la marcha en las escalerillas del Palacio. Esperamos, eso sí, que ese estilo no provenga de los Consejos de Seguridad.