Las Farc no quieren la paz. Las Farc quieren el poder. O, más bien, no quieren entregar el poder, que es algo más preocupante. Porque hoy ostentan una influencia perniciosa, peligrosa y malévola sobre todo lo que nos ocurre. Ellos deciden; ellos legislan; ellos juzgan; ellos condenan; ellos castigan; y ellos disponen sobre lo que se haga o no en esta atribulada Patria.
El dilema de esta campaña para la presidencia de la república no es entonces -como lo pretende hacer ver Santos- elegir entre la guerra y la paz. El dilema es mucho más profundo. Porque lo que se decide el próximo quince de junio es si seguimos en manos del terrorismo, de la barbarie y del poder absoluto del narcotráfico y sus nefastas influencias, o si volvemos a la institucionalidad, al orden y al decoro que nos otorgan la constitución, las leyes y la juridicidad.
Nos haríamos demasiado extensos si entráramos a describir los crímenes atroces que los criminales de la Farc han seguido cometiendo en contra de nuestros militares y policías, y en contra del pueblo inerme que vuelve a vivir en medio del miedo, la zozobra y la persecución infame orientada desde La Habana, y materializada en sacrificio de vidas que para nuestro candidato presidente parecen no valer.
De ahí que cada día crezca más el rechazo a seguir arrodillados ante los cínicos asesinos que hoy descansan en Cuba, y que hacen alarde de su poder a través de un mandatario pusilánime, genuflexo y cobarde que no ha tenido reatos para entregar nuestra dignidad. De ahí que la reelección de Santos, que hasta hace unos meses parecía inevitable, hoy esté en serias dudas. De ahí que los colombianos estemos reaccionando en contra de los terroristas que manipulan desde las Altas Cortes, hasta las más sutiles decisiones gubernamentales, y están asociadas en un contubernio perverso e inescrupuloso con la Fiscalía y el Gobierno Nacional.
Faltan apenas ocho días para que los colombianos salgamos masivamente a las urnas a manifestar nuestro rechazo a tanta iniquidad, y nuestro apoyo a la sensatez y al retorno a un Estado donde prime la libertad y la justicia. Solo ocho días para redefinir esta Patria y demostrarle a los criminales farianos que Colombia definitivamente los abomina y los quiere en el único lugar que deberían ocupar: las cárceles.
Es un último esfuerzo que no podemos perder. Las generaciones a quienes les entregaremos este país, no nos perdonarán que desperdiciemos esta oportunidad que nos da la democracia para derrotar de una vez por todas a los peores enemigos del país y que andan envalentonados por el reconocimiento que les ha dado este Gobierno en medio de su estulticia.
Porque está absolutamente claro que votar por Santos es votar por las Farc. Que votar por Santos es legitimar la permisividad, la tolerancia extrema y el culto al terrorismo de quienes hoy negocian sus prebendas y beneficios en detrimento de todos los colombianos. Que votar por Santos es alabar la perversidad, la crueldad y el descaro de unos seres que han acabado este pobre país y que reclaman sus reductos.
Y no es que nos opongamos a la paz. La paz es el anhelo de todos los colombianos y es un derecho al que deberíamos tener acceso sin dilaciones ni obstáculos. Pero en este país ese derecho y ese anhelo parecen propiedad de unos cuantos que manipulan a su antojo nuestros designios. El Gobierno Nacional se ha arrogado la exclusividad de ese derecho y trata de manipular al pueblo con amenazas y comportamientos extorsivos sometiéndolo a la voluntad de los terroristas y criminales.
Por eso y porque Colombia merece un futuro claro, promisorio y justo tenemos que hacer un último esfuerzo por convocar a nuestros parientes, allegados y amigos para colmar las urnas con lo votos por Óscar Iván Zuluaga. Para ganar estas elecciones con contundencia y no dejar ninguna oportunidad para manipulaciones, fraudes o desfiguración de la realidad. Para dejar el mensaje indudable de que Colombia quiere la paz, pero rechaza la impunidad; que los colombianos queremos y reclamamos una vida sosegada y pacífica, pero sometiendo a la justicia a los autores de masacres, crímenes y actos desalmados; que Colombia no está dispuesta a seguir en manos de criminales y terroristas que hoy nos dominan a su antojo.
Es tal vez la última oportunidad que nos da la vida para recomponer nuestro camino. Si la desperdiciamos, estaremos mañana llorando sobre los cadáveres de nuestros hijos y sobre las ruinas de nuestra democracia. Estaremos sometidos al régimen castro chavista que nos quieren imponer desde La Habana y que tanto complace al actual mandatario.
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Es preocupante el silencio del gobernador Julián Gutiérrez Botero en todo lo relacionado con la Industria Licorera de Caldas. Sintrabecolicas ha hecho unos llamados de atención por la parálisis en la producción y se ha manifestado ante los desaciertos administrativos, que parecen seguir orientando a la empresa hacia su debilitamiento. Y nadie responde por nada. Solo se escucha un ensordecedor silencio que muy seguramente terminará destruyendo esta Industria. Y los caldenses callados y resignados ante la ineptitud de un gobernante que parece vivir en la estratosfera. ¡Pobre Caldas!
@titepava