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Posacuerdo y ‘vetocracia’

Francis Fukuyama pone de nuevo a pensar al mundo democrático. La mirada histórica, al igual que prospectiva, con la que otea el Orden político y la decadencia política, así bautizó su libro más reciente, debería servir de estímulo para que mejore el debate público en Colombia.

 

Es un aliciente, porque navega desde la revolución industrial hasta la globalización de la democracia, en búsqueda de explicar mejor el nacimiento del Estado, las diferencias y similitudes durante su desarrollo en distintos continentes y la situación actual de varios de ellos.

 

Lo es, también, en tanto pone sus ojos en el futuro.Bien vale la pena recibir esa obra como una contribución valiosa al propósito de que lo que sucede en nuestro país se vea con menos liviandad y en toda la complejidad que tiene.

 

Fukuyama ostenta la virtud de ir hasta el fondo de los temas, además de plantear contrastes, sin temor a hacer afirmaciones audaces. Esa característica le permite señalar los problemas de los países, en los cuales no hay Estado, este está en formación o es muy débil; ejemplos que encuentra en África, Asia y el Medio Oriente, para no mencionar casos en América Latina, al igual que los obstáculos que enfrentan naciones en donde dicho Estado existe y funciona, pero padece los males del exceso de institucionalización.

 

Es tan amplia la perspectiva de su análisis, que le facilita a los responsables de formular políticas hoy, tanto como a los observadores, ver en qué punto se encuentra cada sociedad e identificar, a la luz de infinidad de lecciones, cuál sería el camino aconsejable hacia delante.

 

Una de las afirmaciones de Fukuyama, útil en la búsqueda de otra vía para estos años que vivimos, radica en que la fuente de la decadencia política ha sido la incapacidad de adaptación de las instituciones a circunstancias cambiantes, especialmente las relacionadas con los reclamos y exigencias de nuevos grupos sociales. He ahí el gran desafío para la Colombia del posacuerdo.

 

De lo que se trata es de construir un programa que tenga visión internacional, sea ambicioso, moderno y que persiga la seguridad, equidad, productividad y competitividad. Nuestro proyecto con miras al futuro debe apuntar a un Estado de participación social, no puede ser solamente el desarrollo de lo que salga de La Habana.

 

Las expectativas de los colombianos de este siglo, al igual que sus necesidades, van mucho más allá de lo que se logre en Cuba. Una cosa son los acuerdos con enfoque territorial y otra la agenda nacional con visión global. Para lograr lo segundo se requiere el ambiente de tranquilidad que puede ser consecuencia de lo primero, desde luego, pero conseguir ese clima no puede dar lugar al nacimiento de una ‘vetocracia’ paralizante, como define Fukuyama el efecto de la acción de los numerosos grupos de interés en las democracias, mañana en las manos de las Farc.