La muerte de 2014 está cerca y aunque algunos le hayan cogido cariño al año que está por acabar, otros cuentan los minutos con la esperanza que cambiar el cuatro por un cinco sea el símbolo de mejores cosas. Todo lo que pasó este año, como en todos los demás, fue terrible para algunos y grandioso para otros, inexplicables algunos de sus sucesos y predecibles otros así no seamos capaces de verlo. Pero antes de que se vaya para siempre, vale la pena pensar si realmente la vida de 2014 se justificó, si aprendimos algo bueno o más bien aumentamos los archivos de la estupidez.
La evaluación de este año, será finalmente un asunto personal y por lo mismo su calificación será subjetiva, pero vale la pena hacerlo para no seguir aplazando lo que está siendo prorrogado por temor o por pereza, y tal vez por las mismas causas acompañadas de la soberbia, dejar de insistir en lo que sabemos que no funciona más.
Antes que toneladas de pólvora sean usadas para acallar la conciencia propia que en el atemorizante silencio plantea si dejamos pasar otro año en vano, antes que para escabullirnos al juicio propio la mejor defensa sea perder el sentido para que en la embriaguez prevalezca el estúpido que llevamos adentro y ningún cuestionamiento salga a la luz, vale la pena pensar, así sean unos minutos que tal vez parezcan siglos, como sucede en la tortura, si el 2014 fue en vano, si nos hicimos mejores y ayudamos a otros a serlo, o solo fue un año que se suma a la cuenta regresiva inevitable.
La vida de nadie es un solo capítulo ni se escribe en un solo tomo, una parte de ella es la continuación de la de otros y la propia también será parte del prefacio de los que te siguen. Así como el 2014 fue en parte el “continuose” del 2013, tampoco será el “acabose” del tiempo, y por ello el 2015 ya está engendrado por el 2014. Pero así la vida sea una línea, no siempre recta, dividirla en sectores permite hacer evaluaciones útiles para que el destino final de dicha línea no sea el retroceso.
Terminar el año sin saber si fue útil o si aprendimos algo, es como no haberlo tenido. Pasar otro año reconociendo que en este tampoco se hizo nada valioso para uno y para los demás, así no vaya a quedar registrado en ningún recuento o libro de historia, es haber perdido el año.
Recuerdo en este momento la terrible agonía del astrónomo danés del siglo XVI, Tycho Brahe, que en su lecho de muerte y atormentado porque sus registros del cielo de varias décadas no se convirtiesen en combustible para chimenea, en su delirio repitió varios días, seguramente dirigiéndose a su colaborador Johannes Kepler: “Ne frustra vixisse videar” (espero no haber vivido en vano).
Deseo agradecer a los lectores de mi columna por su insistencia y paciencia conmigo y les deseo a todos al mejor estilo vulcano, un año nuevo de “larga vida y prosperidad”.