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Reelección, la mesa está servida

No quiero parecer derrotista pero creo que la reelección de Juan Manuel Santos está cocinada por un hecho muy simple: la gente se tragó el refrito de la ‘paz’. Tan es así que por todas partes se oye a personas decir que Santos ha sido un verdadero desastre como presidente, además de un mentiroso y un falso, pero que como ya estamos hartos de la ‘guerra’ y nos merecemos la ‘paz’, toca votar por él otra vez.

 

Es apenas obvio que esto lo dicen desde una perspectiva emocional e irreflexiva, sin detenerse por un momento a pensar si una claudicación con las Farc, que va mucho más allá de la mera impunidad, puede arrojar como resultado una verdadera paz o no. No obstante, como se ha comprobado en ocasiones anteriores, la promesa de la paz es un motivante poderoso que enceguece la razón y perturba los sentidos, tanto que Pastrana fue elegido solo porque ‘Tirofijo’ apareció en una foto con su reloj de campaña, gesto que se interpretó como la exhibición de un ramo de olivo.

 

Por eso, importa poco lo que hagan o prometan los demás candidatos. Bien pueden dedicarse a criticar los magros logros de este gobierno o a formular novedosas propuestas sobre educación, salud y empleo. En verdad, da igual, porque el meollo del asunto es la prometida ‘paz’, y el que tiene esa llave es Santos. Mientras los colombianos tengan claro ese discurso, no habrá candidato que le haga cosquillas.

 

De hecho, cómo habrá calado este asunto que no solo son personas ignorantes las que consideran que en aras de una incierta paz es necesario —y justificable— reelegir a un presidente mediocre. Para sorpresa de muchos, ese fue el argumento de varias columnas de fin de año, escritas por connotados líderes de opinión que redundaron en lo mismo sin ruborizarse ante semejante incongruencia: que Santos ha sido un mal gobernante al que toca reelegir para firmar la paz con un grupo terrorista que lleva 50 años cometiendo crímenes de lesa humanidad. Un premio para Santos y las Farc, un castigo para los colombianos.

 

Como si fuera poco, también han calado, en buena medida, los señalamientos temerarios que Santos ha realizado en contra de quienes nos hemos opuesto a una paz con impunidad y entrega del poder. La división maniquea entre amigos y enemigos de la paz no solo es calumniosa e injuriosa sino que constituye un peligroso dicterio, un inri, una lápida colgada al cuello de los ‘guerreristas’. Ya los enemigos de la paz no son los que matan a nuestros policías, a nuestros soldados o a nuestros campesinos inermes, sino los que no estamos de acuerdo con doblar la cerviz tan gratuitamente. Y esa acusación también cala, son muchos los que no querrán votar por ‘enemigos de la paz’. La gente se confunde fácilmente.

 

Lo cierto es que este año los colombianos irán a las urnas con la misma falsa ilusión de los que juegan todas las semanas a la lotería, aun cuando sospechan que los sorteos son manipulados. Esos que mantienen intacta la esperanza de ganar a sabiendas de que cuando eso pase —si acaso ocurre—, el premio no alcanzará a cubrir lo dilapidado durante años. De la misma forma, muchos malician que la paz de Santos no va ser beneficiosa para el país pero creen que firmarla es lo correcto. Luego, reelegir a Santos será el acto de fe de un pueblo que suele confundir manchas en la pared con apariciones de la Virgen Santísima.

 

Por eso decía Churchill que la “democracia es el peor sistema de gobierno con excepción de todos los demás”. Porque el que todos tengan voz y voto es, a veces, una debilidad. Gracias a eso, el populismo se vuelve el garrote de la democracia y ¿qué mayor populismo que ofrecer la idílica arcadia de la paz con sus ríos de leche y miel?

 

Es cierto que el pan también se quema en la puerta del horno: Santos podría cometer un error grave en cualquier momento. Pero esta es una trama muy bien calculada por otras mentes muy distintas a la suya, tan afecta a los riesgos del póquer. Por lo que se sabe, ya esto está más amarrado que un tamal y me temo que pasarán décadas antes de que aquellas cedan el poder que ya usurparon. ¿O alguien cree que Santos aún gobierna soberanamente? Sin saberlo nos echamos la soga al cuello, en esas estamos.