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Reflexiones sobre el estadista

Los días de la Semana Santa son siempre una ocasión apropiada para meditar tanto sobre asuntos espirituales e individuales, como acerca de desarrollos que tienen que ver con la sociedad. Y los que terminaron lo fueron aún más por los dolorosos acontecimientos que ocurrieron en distintos continentes.

 

Secuestros, actos de terrorismo y masacres sacudieron la conciencia de la humanidad. De nuevo, es evidente que ninguna zona del mundo se escapa a los ataques demenciales de personas u organizaciones que acuden a la violencia con la pretensión de sembrar ideas o creencias.

 

En nuestro suelo, además de lo que hace parte del luctuoso escenario que nos dejan los grupos armados ilegales, se presentaron, otra vez, desencuentros entre quienes buscan para Colombia un futuro mejor, caracterizado por la calma en el orden social.

 

Leer las palabras del Presidente de la República increpando a los oficiales en retiro de las Fuerzas Armadas, con el señalamiento de que están haciendo una campaña contra la paz, preocupa enormemente. Es motivo de inquietud por el sentido institucional y el espíritu civilista de quienes decidieron dedicar su vida al servicio de la República.

 

Lo es, también, en virtud de la lectura que, a lo dicho por el jefe del Estado, pueden darle los miembros activos de nuestras Fuerzas.

 

Parece que el doctor Juan Manuel Santos no quiere salir del espacio cerrado en el cual los amigos de la paz son solamente aquellos que piensan como él lo hace.

 

Esta actitud es mala para el país, no le conviene a los esfuerzos en los que se ha empeñado, fractura el sentimiento de los ciudadanos que, al final, lo que quieren es vivir y trabajar en una nación tranquilos, y termina sirviéndole a los miembros de las Farc, quienes buscan dividir para destruir.

 

Desde luego, es inevitable que en las conversaciones en La Habana haya espacio para la confidencialidad. Esa es una regla de oro en todas las negociaciones para buscar la paz.

 

Así mismo, es suficientemente conocido que alrededor de las mesas de diálogo tienen lugar todo tipo de especulaciones que desorientan y, muchas veces, faltan a la verdad. Pero la forma de corregir o aclarar no es increpar con furia.

 

Cuando resulta necesario hacerlo tienen que brillar, con mayor intensidad, las condiciones que distinguen al estadista.

 

En esos momentos se necesita paciencia, ponderación, liderazgo tranquilidad, capacidad pedagógica, don de consejo y convocatoria serena.

 

Se requiere hablarle a la nación, explicarle lo que se está haciendo, pedir comprensión frente al hecho de que existen temas que no pueden tratarse aun públicamente y hacer claridad sobre las grandes líneas.

 

De lo que se trata es de mostrar lo bueno y lo malo con una franqueza tal que conduzca al fortalecimiento de la confianza. Así debe obrar el hombre de Estado para que los ciudadanos comprendan, crean y apoyen los empeños de trascendencia colectiva.