Hay que repetir sin descanso que todos queremos la paz. Pero la paz no puede hacerse equiparando a un grupo terrorista con el Estado, como si diez mil o cien mil delincuentes fueran lo mismo que 50 millones de personas de bien que estamos representados por este. No, la paz no puede consistir en un cúmulo de concesiones para los peores criminales que ha tenido el país en toda su Historia, a cambio de la vaga promesa de que no nos sigan matando.
La paz no puede constituirse en un acto de refundación del Estado a imagen y semejanza de los regímenes totalitarios a los que el enemigo interno ha pretendido imitar. La paz no puede surgir de un golpe de Estado, resultante de pisotear la Constitución y la Ley, y de violar olímpicamente las instituciones, las tradiciones normativas, el sistema de pesos y contrapesos y hasta la jurisprudencia, todo con el afán de lavarles el pasado a los bandidos y ponerlos al frente de los destinos de la Nación.
La paz no puede convertir al Congreso de la República en un ‘congresito’, dejando por fuera a la mayoría de parlamentarios, mancillando el carácter sagrado de cada uno de los votos depositados por ellos. La paz no puede llevar al Congreso a ceder su vocación y obligación legislativa para otorgarle poderes plenos a un Ejecutivo que ha demostrado su ánimo entreguista, mediante el mismo mecanismo de ‘leyes habilitantes’ que ha llevado a otras naciones a la ruina.
La paz no puede surgir de instituciones paralelas confeccionadas a la medida de los delincuentes como la ‘Jurisdicción Especial para la Paz’, tribunal advenedizo que remplaza a toda la Rama Judicial, dotado de poderes absolutos para otorgar total impunidad a los terroristas, condenar a militares y civiles, ser órgano de cierre de sentencias y hasta tener la potestad de revisar, reabrir y cambiar fallos de otras jurisdicciones. Como dijo Lord Acton, «El poder absoluto corrompe absolutamente».
La paz no puede ir en desmedro del derecho a la igualdad, y aquí no habrá ya igualdad ante la Ley. Los terroristas serán privilegiados ante ella, subsumiendo en el cacareado delito político actividades tan indignas como el narcotráfico y crímenes tan atroces como el secuestro de policías y militares, aun con los doce años que muchos de ellos pasaron encadenados en la manigua.
¡Todo esto es aberrante, si alguien hubiera osado ofrecerles a los paramilitares una décima parte de las concesiones que se les están otorgando a las Farc, estaría preso!
El presidente Santos promete someter estas barbaridades a algún tipo de refrendación ciudadana no por generosidad sino porque no quiere echarse sobre sus hombros toda la responsabilidad de lo que de aquí se derive. Así, invocando el beneficio de inventario, dispondrá gustoso sus sienes para ceñir las coronas de laurel que vendrán con la fascinación que desencadena la palabra ‘paz’, pero se librará de los efectos devastadores que llegarán después. Santos quiere figurar como ‘El pacificador’, pero no querrá alistarse en el santoral de pillos y dictadorzuelos que pusieron a sus pueblos a hacer fila para alcanzar un ñervo de carne y un mendrugo de pan.
Sin duda, los colombianos debemos ayudarle a Santos a salir de la Casa de Nariño con la frente en alto, y para eso es perentorio hundirle esa tramposa paz a través del plebiscito. Hay que darle la oportunidad de que demuestre su adhesión a los valores democráticos reconociendo sin dilaciones la derrota y enterrando ese acuerdo que pretende firmar el 23 de marzo de 2016, o sea el Miércoles Santo, fecha escogida con cuidado para apelar a los valores cristianos, de manera semejante al acuerdo de Viernes Santo firmado entre el IRA y el gobierno irlandés en 1998.
Para lograrlo, empecemos por decirles a los colombianos que votar SÍ en el plebiscito, es premiar el asesinato, el secuestro, la extorsión, el aborto, la violación, el reclutamiento forzado, los fusilamientos y purgas internas, las minas quiebrapatas, las pescas milagrosas, las tomas de pueblos, los cilindros-bomba, balones-bomba, bicicletas-bomba, burros-bomba, la destrucción de infraestructura, los daños al medio ambiente… Colombianos, una paz de rodillas, es una paz imposible.