Que un hombre encapuchado en una marcha civil, saque un arma de fuego y la apunte a la policía que vigila la marcha de forma pacífica ¿es violencia o es un juego? ¿Puede este acto peligroso tomarse como una simple chanza juvenil?
Creo que la sociedad debe hacerse esta pregunta con toda seriedad, porque todo acto que pueda costarle la vida a alguien, o ponerla en peligro, no debe ser tomado, por ningún motivo, como una simple chanza pesada, o un juego.
En Bogotá, el 1 de mayo, durante la marcha para celebrar el Día del Trabajo, Fabián Enrique Vargas, quien usaba una gorra que le cubría totalmente la cabeza, un trapo alrededor de su cara y cuello, chaqueta de manga larga y guantes, con el objeto de no ser reconocido, sacó un arma y la disparó, por lo menos una vez, contra los agentes de la policía encargados de velar por la seguridad de los manifestantes, para luego desaparecer entre el bullicio del momento.
Dos días después, Vargas, identificado gracias a múltiples fotos de su violento acto, se entregó voluntariamente. Al ser interrogado, con cara de ingenuidad, dijo que pretendía era probar un arma de fogueo (que solo hace ruido) porque era nueva y no la había usado. También aseguró que llegó a la marcha por pura casualidad. Luego se disculpó por haber actuado de “manera impulsiva”.
Este cuento es bastante reforzado y poco creíble. ¿Por qué estaba camuflado? Además, él no era el único que estaba haciendo toda clase de desmanes ese día en la Plaza de Bolívar. Fueron muchos jóvenes que, de manera planeada, atacaron a la policía con piedras y palos, que se dedicaron a sabotear la marcha y a destrozar desde el pedestal de la estatua del Libertador hasta la fachada de la Catedral Primada.
Esto fue, sin duda, algo bien organizado. ¿Quién los envió? ¿Qué pretendían? Hay mucho silencio al respecto. ¿Acaso son los mismos que han destrozados buses y estaciones de Transmilenio? Parecería que quisieran desestabilizar el gobierno de Peñalosa o crear conmoción en Bogotá. Extrañamente, estos vándalos aparecieron al entregar Petro la alcaldía. ¿Tendrá algo que ver con esto?
¿Qué hubiera ocurrido si un agente de la policía ve al hombre apuntándole y piensa que su vida o la de un manifestante están en peligro? ¿Qué le habría pasado a ese policía si dispara en defensa propia, o por proteger a los manifestantes, hiere o mata a Vargas?
Como están las cosas en Colombia, con toda seguridad, ese agente de la ley habría ido a parar a la cárcel, quién sabe por cuántos años. Porque ahora resulta que el hombre de la capucha es un joven de 26 años que solo esgrimía un arma, “impulsivamente” como si fuera un juego. ¡Chiquillo juguetón!
Vargas y todos los hampones que hicieron destrozos están libres. El juez conceptuó que su delito ameritaba excarcelación, mientras los juzgan; si es que los juzgan. Y así continúa la impunidad que se ha implantado en Colombia. ¿Y qué más hay de nuevo?.