Varias cosas se van despejando después de las últimas encuestas.
La más contundente de todas las señales es la confirmación del estancamiento de la intención de voto por el candidato-presidente. La escogencia de Germán Vargas Lleras no ha tenido ninguna incidencia favorable, a no ser que pensemos que la caída de Santos es tan estruendosa que el nivel en que se encuentra es el aportado por su compañero de fórmula.
Todo parece explicarse como una cuenta de cobro que le está pasando la opinión pública por su errático comportamiento en asuntos muy delicados en los que un presidente no puede patinar, como lo ha hecho frente al caso Petro o las movidas abruptas y dolorosas en la cúpula militar o su vacilación ante la pregunta si daría la orden de dar de baja al jefe de las FARC.
La frustrada gestión de reformas cruciales para aclarar el rumbo del país, como la de la Justicia, la de la salud, la educativa, la demora insustentable para iniciar las grandes obras de infraestructura, han terminado por opacar la imagen de Santos y dado lugar al surgimiento de un sentimiento de desazón y desconfianza en sus capacidades para seguir gobernando.
Nada raro que las directivas reeleccionistas le estén apuntando a inflar la atmósfera de aburrición que los medios proyectan sobre la actual campaña ya que la consecuencia inmediata sería el incremento de la abstención y del voto en blanco, que en sus planes podría favorecerla.
De otro lado, las encuestas muestran un promisorio avance del candidato del Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga. Es significativo este hecho si tenemos en cuenta el clima adverso en que se desarrolla el debate presidencial con los grandes medios dedicados a minimizar el debate, a privilegiar al candidato-presidente en todas las informaciones, la repartición de millonarios recursos oficiales para proyectos controlados por dirigentes políticos y no por organismos e instituciones del estado y el silenciamiento adrede de las voces, las giras y los foros que realizan los demás candidatos.
A pesar de los obstáculos, Óscar Iván Zuluaga emerge como el más probable rival de Juan Manuel Santos. Con mayor razón ahora que el tercero en discordia, Enrique Peñalosa, recibe el demoledor golpe traidor que le propició Antanas Mockus al declarar que sería un candidato ideal si no hubiera guerra.
La candidatura de Marta Lucía Ramírez tiende a subir algunos puntos pero la similitud de planteamientos con Zuluaga llevará al elector a privilegiar al que se proyecta con más posibilidades de derrotar a Santos. Las candidatas del Polo tienden a retroceder, incluso, es factible que pierdan electores de izquierda que al final y ante el dilema Santos o Zuluaga optarán por el primero así se tengan que tapar la nariz con un pañuelo como hizo, años atrás, la izquierda francesa al votar por el derechista Jacques Chirac para cerrarle el paso a la extrema derecha.
Bajo este panorama, la pregunta que nos asalta es ¿qué puede ocurrir en los 20 días que faltan para la primera vuelta? A la campaña del candidato-presidente acaba de llegar el mago de las picardías y triquiñuelas, J.J. Rendón, un publicista sin reatos éticos, que busca sorprender a la opinión con frases y hechos que causan sorpresa como buen maestro del efectismo. Pero, no la tiene fácil. Si a Santos no le ha funcionado la repartición de mermelada ni el control de los medios ni la conjunción de la publicidad oficial con su publicidad electoral, si no le ha funcionado el bombardeo de cifras, a Rendón no le quedará más remedio que inventarse un milagro para justificar sus jugosos honorarios.
La campaña de Zuluaga tiene margen de mejoría. Por ejemplo, optando por mensajes más claros e inequívocos. Sus asesores deberían recordar el famoso “si se puede” de Obama y cambiar el equívoco “por un país distinto”. Tiene a su favor el estancamiento y desgaste de su contendor. La ausencia de resultados del presidente en materias sensibles como justicia, paz, seguridad, educación, salud e infraestructura son motivos de inspiración para acentuar las diferencias y emerger como la alternativa posible.
En el tema de la paz y de las conversaciones en La Habana, Zuluaga está retado a librarse del estigma de ser un “enemigo de la paz” propalada desde el palacio de Nariño y estructurar una política al respecto cuyas bases pueden ser las siguientes exigencias a las guerrillas: cese unilateral del fuego, disposición a entregar las armas, aceptar la justicia transicional, inelegibilidad política para responsables de crímenes de lesa humanidad, o, levantamiento inmediato de la mesa.
El otro dato unánime de las encuestas confirma que existe un 65% de escepticismo sobre las conversaciones de paz por su vaguedad soporífera y más de 80% que exigen cárcel y no elegibilidad política de la comandancia guerrillera. De ese sentimiento se deduce el tipo de paz que nos merecemos los colombianos.
FUENTE: El Espectador